51. Pantera Rosa

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Con el aspecto de quienes no han tenido dos minutos de sueño en las últimas cuarenta y ocho horas, abordamos la panga de regreso al continente. Cristal se quedó dormida en mi hombro, Bilcho cabeceaba al ritmo de música que sólo él escuchaba y Wiki miraba absorto por la ventanilla. De pronto se volvió hacia mí y dijo:

            -Cuando era chico y viajaba con mis abuelos a Isla Pirata, en el trayecto se podían ver delfines que saltaban sobre el agua o que a veces hasta se acercaban al barco y se dejaban admirar por los pasajeros… -Wiki sonrió, suspiró y siguió mirando el mar.

            En Playa se había armado todo un mitote porque habían asesinado al jefe de la policía local. Por todas partes había retenes y agentes paranoicos que oteaban en cada dirección y saltaban espantados al menor ruido. Nos tocó ver a un restaurantero que carajeaba encolerizado a las fuerzas del orden por meter miedo a los turistas. Por suerte no fuimos detenidos y registrados, como a otros paisas que iban adelantito de nosotros y a quienes cacharon con tachas. Para colmo, cuando llegamos a la terminal de autobuses, todas las corridas habían sido suspendidas por tiempo indefinido.

            -Genial –dije- Genial, genial, genial.

            No hicimos nada de interés en las dos horas que estuvimos esperando en la estación. En la inactividad me amenazaba un rebrote de melancolía, pero cuando por fin abordamos el autobús y dejamos atrás los últimos condominios y hoteles de Playa, me congratulé porque oficialmente había llegado lo más lejos de Ciudad Plana en mi vida… sin contar los viajes a Disney World.

            A mi lado izquierdo fue apareciendo la exuberante vegetación de la selva baja, sólo para esfumarse minutos más tarde tras los altos muros color arena que protegían hoteles de lujo del tamaño de feudos. Un gran letrero verde con letras anaranjadas y el logo estilizado de un caracol anunciaba a los visitantes de la tierra maravillosa a la que estaban penetrando:

WELLCOME TO THE MAYAN RIVIERA
(NO MAYAS ALLOWED)

            -Pinches yuppies -musitó Cristal antes de quedarse dormida de nuevo.

            Poco después la vegetación regresó y el autobús se detuvo en un amplio estacionamiento. El conductor anunció en inglés y español que habíamos llegado a la zona arqueológica de Tulum. El templo principal dominaba la vista con majestad desde la cima del risco, recortado contra el horizonte, entre el cielo azul y el Caribe turquesa. Cada piedra parecía contar historias milenarias de conquistas, santidad, hazañas científicas e intercambios con tierras lejanas. Y en medio de todo eso, un chingo de turistas.

            -Chale -expresó Bilcho-, me cae que cada vez que estoy en un lugar así, me entran unas ganas de fumarme un gallo… Como para que llegue de a de veras toda la buena vibra de estos lugares.

            -¿Buena vibra? -intervino Wiki- Perdóname si me pongo prosaico, pero éste era un puerto comercial reforzado militarmente en el Posclásico, época en que los comerciantes se convirtieron en la clase dominante en el área maya y no dudaron en utilizar al ejército para asegurar sus intereses…

            En ese momento un grupo de cómo veinte jóvenes italianos -el olor los delató- vestidos de blanco pasaron bailando en fila india y cantando Hare Krishna, lo que interrumpió la cátedra de Wiki.

            -¡Por las patillas de Isaac Asimov! -exclamó nuestro amigo todo sulfurado- Si algo me exaspera son estos nuevoereros que en su profana ignorancia lo mezclan todo. Claro, para ellos todo lo que no es europeo es igual y mezclan el Calendario Maya con Buda, el Libro de los Muertos y los Atrapasueños. ¡Típica ignorancia del hombre blanco!

            -Y tú, Wiki… ¿eres polinesio? -comentó Bilcho.

            -¡Ah, no, pero esta vez estos malditos Hare Krishnas me van a escuchar! -exclamó nuestro amigo y se encaminó hacia el corro de extranjeros.

            -Esto no me lo pierdo -dijo Bilcho y se fue tras él.

            Cristal y yo recorrimos la pequeña zona arqueológica; tomados de la mano y sonrientes, leímos cada una de las placas que contenían información de los edificios. Nos clavamos un buen rato observando a una inmensa iguana roja que mordisqueaba las hojas de una enredadera. Por un segundo pensé en preguntarle sobre su malestar emocional de la noche anterior, pero como entonces todo se veía feliz no quise arruinar el momento.

            -Me siento bien aquí –confesé-. Diga lo que diga Wiki, Bilcho tiene razón. En estos lugares hay buena vibra.

            -Sí, incluso a pesar de los turistas, a pesar de conocer la sangrienta historia de muchas ciudades mayas, en las ruinas siempre reina una sensación de paz.

            -Quizá porque percibimos aquí algo que es más grande que nosotros, más grande incluso que los hombres que las construyeron y las habitaron. No pertenece a una sola nación, ni a una sola cultura… vamos, ni siquiera pertenece a la humanidad… Desde hace siglos que forma parte de lo Grandioso. Cuando nosotros hayamos muerto, Tulum seguirá aquí.

            Cristal me besó –Somos muy afortunados de poder verla.

-Así es. Me siento muy feliz de formar parte de lo Eterno, aunque sea por un instante… -y animado por un entusiasmo repentino, me trepé a una enorme roca, extendí los brazos y exclamé -¡Y aquí estamos! ¡Nacidos para ser reyes! ¡Somos los príncipes del universo!

Cristal se rió –Chale, Diego, no puedes mezclar a Queen con los mayas…

-Sí, macho. ¿Qué va a decir Buda? -dijo Bilcho que llegó acompañado por Wiki, y luego agregó- Ya hace hambre, ¿no?

-Un poco –contesté-. Pero no quiero irme sin darme un remojón en estas aguas por las que algunas vez navegaron canoas llenas de riquezas…

            Descendimos por un camino que rodeaba el peñasco y llegamos hasta una extensión de arenas blancas bañadas por el mar. Cristal y yo teníamos nuestros respectivos trajes de baño debajo de la ropa pero realmente me sacó de onda cuando ella se quitó el top de su bikini con toda la naturalidad del mundo.

            -¡¿Qué haces?! -exclamé.

            -Aquí todas las turistas se bañan topless y nadie les dice nada, además tenía ganas de sentir un poco de libertad -me guió el ojo y se fue corriendo a meter al agua.

            Mi primer impulso fue mirar a Bilcho y a Wiki para asegurarme de que no le estuvieran viendo las tetas a mi novia, pero ellos no parecían siquiera haberse dado cuenta de lo ocurrido. Luego observé en derredor y pude notar a más de un curioso dirigir la mirada a los senos saltarines de Cristal mientras ella se dirigía al mar. Sentí muchos celos. Es más, estaba tan molesto que al principio no pude disfrutar el chapuzón y no hacía otra cosa que vigilar que nadie estuviera viendo. Obtuve un poco de alivio cuando nuestros cuerpos quedaron cubiertos por agua de mar hasta el cuello. Pero cuando llegó el momento de salir del agua, otra vez me invadieron los sentimientos del color del vómito y no estuve tranquilo hasta que ella se volvió a vestir por completo.

            -Ya, Diego -dijo ella adivinando mis pensamientos-. No seas tan estirado.

            -¿Qué? -me hice pendejo.

            -Aliviánate.

            -Si yo estoy tranquilo… -dije librándola, mas no contento, agregué para cagarla-. Si ya sé que son mías.

            Cristal me dio un beso en la frente –No, tontito. Son mías -y apostilló con un coscorrón y un guiño.

            Al poco rato salimos de la zona arqueológica y, ya que no estábamos seguros de la distancia que la separa del pueblo de Pantera Rosa, nos aventuramos a recorrerla caminando. Tardamos casi una hora de caminata de a lo largo de la carretera antes de llegar a un punto en que se cruzaba con la avenida principal del pueblo. Acalorados, tomamos asiento en el primer establecimiento que se nos cruzó en el camino, “Lonchería Doña Charo”

            -Buenas tardes, jóvenes -se acercó a nosotros una señora muy servicial que se identificó como doña Charo y que debía tener más de sesenta años de edad- ¿Se les ofrece algo de tomar?

            Cada quien ordenó lo suyo y en unos minutos estábamos refrescándonos con sendos vasos de aguas frescas y degustando unas ricas tortas de lechón (no Cristal, ella almorzó una ensalada de frutas).

            -Pues sí… -decía Wiki mirando hacia la calle iluminada por el sol suave de la tarde –Pantera Rosa ha crecido mucho en los últimos años. Ahora que Playa ya está muy choteado, quieren desarrollarlo para que Pantera Rosa ocupe su lugar, de la misma manera como hicieron con Playa hace unos años cuando la Ciudad de las Palmeras ya se había vuelto muy mainstream.

            -…Y así lo van a seguir corriendo hacia el sur hasta que lleguen a Bacalar -suspiró Bilcho.

            -Hace años -prosiguió Wiki-, Pantera Rosa no era más que el lugar donde se quedaban a vivir las familias de los trabajadores que se internaban en la selva en busca de chicle y madera…

            -Así es, joven -intervino doña Charo, que en ese momento nos traía una segunda jarra de horchata-. Uuuu. Yo me acuerdo muy bien. Cuando era joven llegué a vivir aquí con mi esposo, en paz descanse. No más había unas casitas con techo de paja construidas sobre la tierra. Mi marido se iba por muchos días a buscar chicle a la selva y yo a veces no sabía si lo iba a volver a ver. Ah, qué tiempos. En ese entonces todo esto era selva. Siempre se podían ver monos o venados. Algunas veces llegaban tigres y cuando eso pasaba, alguien gritaba “¡Tigre! ¡Tigre!” y jálele, todos a agarrar a los chiquitos que haiga cerca y meterlos pa’ sus casas. Y a la playa llegaban las tortugas a poner sus huevos… En ese entonces había muchas y no tenía nada de malo comer huevo de tortuga… Hoy ya no se puede… También se veían hartos delfines.

            -Vaya… -exclamó Cristal- Debe extrañar esos tiempos…

            -No, pos fíjate que no. Ahora tenemos agua y luz, y calles. El trabajo de chiclero gastó a mi marido y murió joven, pero pos yo, gracias a Dios, tengo esta fonda. Primero tuve una en el mero centro del pueblo; fue la primera fonda de Pantera Rosa. Y mi hermano fue el primer taxista del pueblo. No, no, señorita, nos va mucho mejor que en los días del chicle.

            -Pero ver toda esa naturaleza… ¿No le gustaba?

            -Pos eso sí fíjese. Era bien bonito. En ese entonces había muchos pájaros. A veces se veían de esos como cotorros que tienen las colas muy largas…

            -¿Quetzales?

            -Ándale, de ésos. Se veían de ésos y un montón de pájaros bien bonitos. Era muy agradable despertar con el sol y escuchar todo lo que cantaban los pájaros. Ahora hay mucho tráfico y humo… Pero bueno, no se puede tener de todo, ¿verdad? Gracias a Dios nunca nos ha faltado nada… No como a otra gente que sí le ha ido muy mal… Pero ya ve las vueltas que da la vida; yo aprendí a leer como a los treinta años, en cambio hoy todos mis nietos van a la escuela.

            -Oh… vaya… -Cristal parecía no saber qué decir.

            -Pero pos claro que no todo se puede, ¿verdad? En la escuela de mis nietos… ¡ja! Se supone que es escuela pública y que debe ser gratuita, pero siempre nos están cobrando que si para la reparación de no sé qué y el mantenimiento de no sé cuánto y que el festival y que esto y que lo otro… Pero yo… no pa’ qué le cuento estas cosas señorita, discúlpeme.

            -No, no, señora. Al contrario, lo que dice está bien interesante.

            -¡Qué va a ser interesante! Puros problemas de la vida…

            -Seguro usted ha llevado una vida fascinante -dije.

            -Ay, pos no sé joven. De eso sí que no sé -dijo y se volvió a la cocina.

            Cuando terminamos nuestra comida recorrimos el pueblo. No era muy distinto a algunas de las zonas más fellollas de la Ciudad de las Palmeras, como aquélla en la que vivíamos Bilcho y yo. Wiki nos explicó que la zona de la playa era otra cosa; llena de hoteles lujosos, spas y restaurantes. Pero ninguna de las calles de Pantera Rosa llegaba hasta la playa; para acceder a ella era necesario literalmente salir del pueblo y tomar una avenida distinta.

            -Entonces, para resumir, la parte de Pantera Rosa que viene a buscar el turismo gay europeo es un mundo aparte del pueblo real de Pantera Rosa -concluyó Bilcho, mientras caminábamos sin rumbo por ahí.

            -Exácatamente, camarada -confirmó Wiki.

            -Has estado muy callado Diego… -me dijo Cristal de pronto.

            -¿Hm? Ah, es que estoy tomando notas y fotografías mentales de todo lo que vemos y escuchamos. No quisiera olvidar nada.

            -¡Eso es, Diego, absorbe la vida!

            -Hablando de eso, ¿qué vamos a hacer ahora?- pregunté.

            -¡Seguir al sur! -exclamó Bilcho y con un gesto heroico y decisivo señaló hacia el horizonte.

            -El sur está para el otro lado -lo corrigió Wiki.

            -Bueno, para donde sea, pero vamos, que se está haciendo de noche y en este pueblo por lo visto no hay Oxxos -dije.

-¿Sian Ka’an está muy lejos? -preguntó Cristal.

-No, de hecho, está bastante cerca -dijo Wiki.

-Entonces deberíamos ir y acampar allí.

-¿Con qué equipo? -cuestionó Wiki- De haber sabido que acamparíamos en algún lado me habría equipado adecuadamente. Tengo varias tiendas de campaña y bolsas de dormir…

-Coño, Wiki, no te malviajes -le pedí-. Yo digo que vayamos y una vez allá veamos cómo nos las arreglamos.

-Además, viejo amigo -le dijo Bilcho rodeando los anchos hombros de Wiki con su delgado brazo-, las cosas que están en casa de abuelos, ya no las “tienes”. Acuérdate de que eres un fugitivo…

Wiki pareció perturbado por un momento pero finalmente aceptó el plan.

-¿Y cómo nos iremos? -pregunté.

-Pues por el mar, desde luego -dijo Wiki.

Tuvimos que descaminar todo lo andado en dirección a la costa. Bilcho señaló que no había tiempo de regresar hasta el entronque y buscar el camino a la playa; debíamos llegar al punto más oriental del pueblo y atrevernos a atravesar el vasto terreno baldío que lo separa de la zona hotelera. Recuerdo que temí que una víbora fuera a morder a Cristal mientras atravesábamos las altas malezas y ofrecí cargarla en mi espalda como tití leoncito, pero ella se mofó de mis temores. Cuando emergimos de la vorágine zacatal, yo estaba cubierto de raspones e irritaciones de piel.

-No mames, Diego -se rió Cristal-. Se ve que nunca tienes contacto con la naturaleza.

Estábamos en un muy bonito bulevar con muchos hoteles grandes y lujosos formando una ciclópea muralla que protegía el mar de los nacos; en fin, una versión pequeña y menos desarrollada de la Zona Hotelera de la Ciudad de las Palmeras.

-¿Y ahora qué? –pregunté- ¿Nadamos hasta Sian Ka’an?

-Es cuestión de encontrar a algún lanchero.

Caminamos a lo largo de la avenida costera, preguntando a quien se nos cruzara si sabía dónde podíamos tomar una lancha hacia la reserva ecológica. Muchos nos sugirieron preguntar en los hoteles, pero en tres de ellos, apenas nos vieron entrar al lobby, llamaron a seguridad para que nos echaran.

-¿Van a Sian Ka’an? Yo los llevo -nos ofreció un señor que salía del hotel justo al momento en que nosotros éramos echados.

-¡Excelente! –dije- ¿Tiene lancha?

-¡Claro! Yo vivo en Punta Woody. Es un pueblo que queda dentro de la reserva.

-¡Pues vamos!

El señor, que se llamaba don Omar y debía rondar los cincuenta años, nos condujo casi furtivamente a la playa a través los pasillos exclusivos del personal del hotel. La zona estaba llena de turistas gordos y mujeres botoxeadas que disfrutaban de los últimos rayos de sol. Don Omar nos llevó hasta donde estaba encallada su lancha de motor pintada de aguamarina y que llevaba el nombre de “Marianita”. Lo ayudamos a echar la lancha al agua, abordamos y zarpamos.

En el trayecto don Omar nos contó que él había sido pescador toda su vida, pero que ahora eso no le alcanzaba y tenía que trabajar como conserje en ese hotel de donde nos sacaron a patadas.

-Lo que gano como conserje lo completo como lanchero en Punta Woody -explicó.

Pasamos a lo largo de playas prácticamente vírgenes bordeadas por selva. Desde la lancha observamos gaviotas, pelícanos, patos y muchos otros pájaros, y el agua era tan prístina que a pesar de que ya estábamos casi en penumbras se podían ver bancos de peces coloridos, crustáceos y estrellas de mar. No tardamos mucho en llegar a nuestro destino: una delgada península emergía de la selva y se internaba en el mar; sobre la costa se asentaba un pueblito con algunas edificaciones de concreto, negocios varios y restaurantes, pero en su mayoría había sólo casas de madera, muchas con techos de paja.

-Sólo había visto casas así en esa maqueta del museo de Isla Pirata –dije- Qué chido.

-Sí… -agregó Bilcho- No es tan chido cuando pasa un huracán.

Lo único malo era que la playa estaba llena de turistas, entre europeos güeruchos que se veían como extraterrestres con sus bronceados artificiales y gringos gordos que insistían en tomarse fotos con los niños morenitos y semidesnudos que pasaban vendiendo jaiba. En el mar había algunos yates con gente que practicaba la pesca deportiva… en un pueblo donde se vivía de la pesca por necesidad. Además, en la orilla se había acumulado mucha basura.

-Casi toda viene de los cruceros y de esas fiestas que hacen los extranjeros en sus yates o en las playas de Pantera Rosa -nos contó don Omar.

El navegante acercó su lancha a un muelle y allí desembarcamos. Yo ya andaba muy campante en dirección al pueblito, cuando Bilcho me detuvo.

-Eh… macho, creo que el señor espera propina…

Entre todos reunimos una lanita y se la entregamos con agradecimiento a don Omar, quien de inmediato se separó de nosotros y se fue tras los turistas pregonando:

-Nait turs in bout! Nait turs in bout!

-¡Qué bonito! -dije echando una mirada a los alrededores- Me da gusto estar aquí, a pesar de los obvios inconvenientes.

Cristal se me acercó y me dio un beso –Me alegra verte contento, Diego. Ahora, vamos a explorar el pueblo.

Punta Woody, desde el mar hacia tierra adentro, sólo constaba de seis calles de arena. No había más vehículos en ellas que bicicletas, algunas motos y cuatrimotos y uno que otro carrito de golf para turistas. En las calles más cercanas al mar no dejaban de acosarnos enjambres de niños que vendían chucherías y de señores que ofrecían tours nocturnos, pero conforme nos fuimos adentrando en tierra había mucha más tranquilidad. Algunos señores disfrutaban de la brisa nocturna sentados en mecedoras afuera de sus casas, y otros se dedicaban a mecerse en sus hamacas. Pronto llegamos al final del pueblo donde se extendía la selva en toda su magnificencia nocturna. Un caminito estrecho se internaba entre los árboles y se podía escuchar toda clase de ruidos que provenían de la espesura.

-¿Y ahora? -preguntó Wiki.

-Seguimos caminando -respondí.

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Acerca de Maik Civeira

Escritor friki.
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