50. Miseria

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Don Julián era un maestro bastante culero y mamoncete. Pero, viéndolo en retrospectiva, también era un chingón. Era el más estricto y exigente de todos los profesores del Countri. Solía decir “Ustedes pueden hacer todas sus tareas y memorizar muy bien la lección, pero si no aprenden a pensar, a usar su cerebro, no van a pasar mi materia”. Daba clases de literatura, filosofía e historia. No toleraba faltas de ningún tipo, ni siquiera de ortografía. No sé cómo le hacía, pero en sus clases todos se quedaban calladitos, calladitos. Pasar sus materias era muy difícil y él se jactaba de que muy pocos habían logrado sacar más de 90.

Con todo, creo que lo que más odiábamos de él era su mala leche innecesaria. No se andaba con ondas políticamente correctas ni con eso de proteger la autoestima de los alumnos. Si alguien salía con alguna pendejada, él lo exponía sin miramientos frente a toda la clase. Solía decir que “la ignorancia merece ser humillada y castigada” y que “la autoestima no es un derecho con el que naces, es un privilegio que te ganas”. Recuerdo que el primer día de clase nos preguntó “¿Ustedes se consideran gente culta o gente ignorante? ¿O más o menos?” Todos respondimos que más o menos. Él se carcajeó y se dedicó semestre tras semestre a demostrarnos lo palurdos que éramos. Nos imprecaba mucho por nuestra falta de interés en la cultura. Decía que no teníamos pretexto para ser un montón de iletrados, ya que no teníamos ningún impedimento económico para acercarnos al conocimiento. Le exasperaba que la mayoría nunca hubiésemos leído un libro completo en la vida. Decía que leer cien libros era una embarradita de cultura y que sólo se puede empezar a llamar culto quien ha leído más de mil libros. Él ya había leído más de seis mil.

            En clase de literatura, el trabajo final del semestre consistía en leer un libro y escribir un ensayo. Por azar, don Julián asignó libros a cada uno de nosotros; a mí me tocó no sé qué novela de no sé qué autor ruso que obviamente no leí. Bajé el trabajo de “El Rincón del Vago” y lo entregué tal cual. Don Julián de alguna forma supo que el trabajo era copiado y me reprobó ipso facto. Lo odié por eso, pero al final sólo tuve que presentar el extraordinario para pasar la materia y me libré de leer la novela.

            Pero después de todo, don Julián no pudo seguir haciendo de las suyas. En una ocasión Bernardo, con toda la arrogancia que lo caracterizaba y con toda la fresez de su acento, preguntó fastidiado en la clase de historia “¿Y a mí para qué me va a servir esta materia?”. Don Julián lo miró por un rato y al cabo le respondió “A ti, para nada. Los mediocres y los ignorantes no pueden hacer nada con el conocimiento que reciben”. No es difícil imaginar la indignación de Bernardo al verse humillado de esa forma. El rey de la prepa no iba a permitir que un empleado se burlarla de él. De modo que se armó un escándalo. El padre de Bernardo cagoteó a las autoridades escolares por permitir que un tipo cuyo sueldo él pagaba hiciera mofa de su hijo. Don Julián fue despedido de la escuela y por mucho tiempo no volví a saber de él.

            Pasaron un par de años. Ya en la universidad, anduve juntándome por un breve tiempo con algunos compañeros pseudobohemios que en cierta ocasión me llevaron a un recorrido, no muy placentero, por varias cantinas pinchurrientas del centro de la ciudad. Para cuando llegamos a la cuarta cantina yo ya andaba algo pedo y hasta empezaba a ver cachondas a las señoritas que servían el trago, y quizá si no hubiera sido por el temor a descubrir que eran travestis (más de una lo parecía) me habría aventurado a invitar a una de ellas a sentarse en mis rodillas, como lo hicieron dos de mis compañeros. El caso es que, regresando de una visita al mingitorio, me encontré con don Julián sentado en la barra y borracho hasta las chanclas. Como ya también andaba jarra, me atreví a saludarlo.

            -¡Ah, eres tú, Diego! ¿Qué tal?

            -Bien, profesor, ¿a usted cómo le va?

            -Bien, muy bien, ¿y a ti?

            Entonces me senté junto a él y estuvimos platicando por un rato y bebiendo cerveza. Me preguntó por mi vida y le conté que seguía con Liliana y que había logrado entrar a la Facultad de Medicina y etcétera. También me preguntó por los alumnos del Countri y si sabía algo de Bernardo. Le dije que, por lo que sabía, estaba muy bien estudiando negocios internacionales en la Sacrosanta Universidad de los Millonarios de Cristo.

            -Claro… ¡Claro!- dijo don Don Julián.

            -¿Y usted, qué me cuenta?

            -¡Pues qué te cuento! ¡Que me despidieron del Countri y desde entonces mi vida ha estado jodida! ¡Eso te cuento!

            Me quedé pasmado con su exabrupto; don Julián continuó.

            -Estuve meses buscando trabajo, pero el papi de Bernardo movió todos sus contactos para que no me dieran un puesto en ninguna buena escuela o universidad de este estúpido pueblo. Terminé trabajando en una escuelucha para niños imbéciles en la que me pagan treinta pesos la hora para enseñar a unos mocosos que no pueden escribir bien ni su propio nombre. Y luego la escuela cerró por falta de alumnado y otra vez a peregrinar por una chamba, hasta que un pariente de mi esposa me dio trabajo de oficinista en su agencia de autos usados. ¿Que qué te cuento? ¡Que no me alcanza para vivir! Si mi hijo se enferma no tengo para comprar medicinas. Estoy endeudado con todo el mundo. Mi casa se está cayendo a pedazos. Y para acabarla de joder, ayer se descompuso mi coche. Me la paso trabajando como idiota todos los días; ya no tengo tiempo ni para leer. Mi esposa está gorda y le apesta la boca, hace como una década que no agarra un libro y ya no tenemos ni de qué hablar. Mi hijo es un idiota que a los diez años se orina en la cama y parece ser que además va a necesitar frenillos -le dio un largo sorbo a su cerveza-. No puedo leer ni escribir, no puedo ni comprar un periódico. Cada día me hundo más en la ignorancia y en la mediocridad. ¡Claro, ustedes viven así, ignorantes y mediocres y son felices! Pero un hombre como yo, que ha visto que hay… que hay más… no puede quedarse satisfecho sabiéndose estúpido e intrascendente -exclamó un grito inarticulado-. ¡Estoy siempre molesto! ¡Siento un rencor que me corroe! Le grito a mi mujer y me dan ganas de golpear al pinche chiquito meón. Quiero emborracharme todo el tiempo, no soporto estar consciente. ¿Y sabes qué es lo peor? Que sé lo que me pasa, sé por qué de pronto siento que odio mi vida y a mi familia y sólo quiero embrutecerme con alcohol. Es la miseria, la miseria material, que aprisiona a los hombres y aplasta su espíritu y obnubila su mente… Sólo que siempre pensé que si me viera en una situación así, mi inteligencia y mis conocimientos me permitirían mantenerme sereno y seguir adelante… Pero no hay una pinche salida de este maldito agujero. ¡Ja, ja, ja! Si hubieras leído el libro aquél entenderías de qué te hablo…

            No sabía qué decirle. En ese momento, sentía más incomodidad y sacón de onda que pena o compasión por aquél hombre.

            -Yo pude haber sido mucho… siguió lamentándose-. Con mis conocimientos, con mi inteligencia, pude haber sido mucho. Y ahora… y ahora… sólo soy nada…

Se bebió de un trago lo que quedaba de su cerveza y cayó inconsciente sobre la barra. Lo dejé allí y nunca lo volví a ver.

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Acerca de Maik Civeira

Escritor friki.
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3 respuestas a 50. Miseria

  1. Yus Ríos Dib dijo:

    ¿Que libro era el de ese autor ruso que conecta con la historia de Don Julián?

  2. D dijo:

    Interesante, y en en ese caso su intelecto es la causa de su miseria?

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